viernes, 1 de abril de 2011

13 de julio /// berlin - - - hamburgo

Una especie de culpa, de sentimiento de día perdido, se hizo presente durante la última cerveza del domingo con Lucy and Dreu. A fin de cuentas, nos habíamos pasado el día deambulando por ahí, haciendo lo que llamábamos "perder el tiempo", en lugar de disfrutar de las maravillas turrísticas que Berlin podía llegar a ofrecernos, aunque si lo pienso bien, supongo que no eran mucho más importantes que discutir determinados asuntos que ocurrían mucho más adentro en aquella ciudad.

Así que antes de ir a dormir, en el bar, luego de que les contara sobre ese pibe italoalemán que me estaba haciendo flashear y ellas me dieran todas las opiniones que podían llegar a darme, nos prometimos mutuamente tener un tourist day en la ciudad, es decir, visitar todos los lugares que consideremos de interés viajante antes de partir hacia Hamburgo lo antes posible.

Nos levantamos hacia las diez de la mañana y antes de hacer nada, salí a buscar un teléfono en el cuál pudiera llamar a Théo.
Sonreí durante todo el tiempo que duró la breve conversación teléfonica en la cuál me decía que vaya en cualquier momento. Le pregunté si llegar a la noche estaba bien (entre Hamburgo y Berlin hay cerca de tres horas de distancia) y me dijo que sí. De hecho, me avisó que a las siete, había un micro que salía directamente para allá.

Volví a la casa y emprendimos las últimas horas berlinesas.

Montamos en el u.bahn ( o s.bahn, ya no lo recuerdo ) y fuimos hacia el centro.

La primera parada fue en el parlamento: un enorme, sofisticado y complejo edificio montado en el medio de una porción, más gigante aún, de pasto, verde, casi fluorescente. Y un montón de turistas sentados en la hierba, sacando fotos, siendo nosotras.

Desde ahí, fuímos a la Puerta de Brandenburgo, ese lugar que había intentado visitar el viernes pero que la lluvía hizo imposible.

El sol se alzaba sobre nuestras cabezas, pero era ese tipo de clima en el cuales un extraño viento frío arruina todo y hace querer ponerse el saco para luego pasar por una vereda super acalorada y sudar lo suficiente como para sacárselo.

Muchos años atrás había visto "las alas del deseo", esa película de Wim Wenders ambientada en Berlin. Y rápidamente, mientras salíamos de las inmediaciones de la Brandenburg Tor, divisé el angel dorado a lo lejos, al final de una avenida.

Les dije a las chicas que quería ir allí y, una vez comenzada la peregrinación, nos dimos cuenta de que la avenida era muy larga y que el sol estaba elevándose y brillando demasiado. Así que a medio camino, dimos la vuelta y emprendimos el regreso para poder ir a nuestra próxima parada: un lugar de sumo interés histórico (especialmente para mí ha-ha), el Hotel Adlon Kempinski, ese edificio lleno de ventanas desde donde Michael Jackson, años atrás, casi tira a su recién nacido hijo al vacío para alimentar a sus fans.


Una vez Dreu nos hubo contado los detalles más frívolos posibles sobre el hotel y el incidente, satisfechas, decidimos tomarnos un poco más en serio la historia alemana y nos dirigimos hacia el Holocaust Memorial, que es básicamente un terreno ( en Berlin todo es sumamente espacioso ) en el que muchos (pero muchos) pilares de cemento de diferentes alturas se erigen, conformando una especie de laberinto gris y sombrío en las partes donde no hay turistas sacándose fotos.

Desde allí, Checkpoint Charlie, el paso fronterizo y más turistas y más fotos.

Y entonces, cuando uno miraba el piso, la huella visible de lo que quedaba del muro de Berlin en forma de sendero de piedras fijadas en el piso, marcando un límite imperceptible para el caminante habitual, pero notorio para el visitante quizás, se extendía bajo nuestras pisadas.

Quizás no son demasiados lugares cuando se los enumera de ésta forma, pero lo cierto era que tanto caminar y recorrer nos habían llevado hacia las dos de la tarde y había que comer algo en algún lugar.

Lucy era vegetariana, así que elegimos un pequeño deli donde se compró un sandwich de algo sin carne y Dreu y yo también elegimos algo del no demasiado variado menú.

El bus hacia Hamburgo salía a las siete de la tarde así que, de acuerdo con mi plan, tenía que estar en la casa cerca de las cuatro y media para armar el equipaje, despedirme de Paul y Michael y partir con tiempo de encontrar pasaje a la estación central.

Así que durante el almuerzo, horas antes de partir, me animé a consultar a las muchachas sobre algo que me rondaba en la cabeza desde los primeros instantes: la extraña relación de Michael y Paul, que se trataban de honey y se decían cosas lindas todo el tiempo.

Dreu intentó esbozar una idea, pero entonces Lucy la interrumpió al decir tajantemente que para ella sencillamente eran muy buenos amigos que se querían y todo eso. Y aparte, añadió Dreu, estaba esa exnovia de Michael que vimos el día anterior.

Me sentí un poco conventillera, pero lo cierto es que probablemente no vuelva a ver a esa gente en mi vida, así que sacarme esa estúpida duda tercermundista no estuvo mal del todo.

Así que finalizado el almuerzo fuimos al museum island a tirarnos en el parque ya que una hora y media definitivamente no era suficiente para recorrer ningún tipo de museo, salvo el del zapato en Northampton.

Tiradas ahí hablábamos sobre varias nimiedades más cuando a un costado de la catedral, vi la segunda TV Tower. Me tomé eso como un buen augurio de amor y felicidad y, hacia las tres y algo pasadas de la tarde, pedí a las chicas que me acompañasen a la estación de subte en la cuál tomar el tren que me lleve de regreso a la casa y de allí al hogar que reinaba en mi corazón, en hamburgo.

Las horas corrían y sencillamente era una cuestión de dar pasos: llegar a la casa, tocar el timbre.

Michael en la cocina y mi equipaje en la habitación.

Guardé todo en la mochila, puse los regalos para Théo en una bolsa azul y lista, fui a despedirme de Michael ya que Paul no estaba.

Le dejé mis saludos más cariñosos, y salí del edificio, sólo para regresar porque me dí cuenta de que había dejado la toalla en el baño.

Salí de nuevo.

Y la estación de bus de Berlin. Un boleto hacia Hamburgo. Sale en media hora.

Para mi sorpresa, el bus iba casi vacío. Atrás mío, una mujer hablaba en español por celular.

Me pasé todo el rato escuchando la conversación, la mujer era una devota creyente y discutía, teléfono celular y muchos minutos libres seguro, sobre sí dios realmente perdona a quien se arrepiente de corazón. Y dicen que el dios de los católicos es el dios de las segundas oportunidades, así que quien sabe.



Tres horas y algo después, llegué a la estación central de Hamburgo, tan familiar, tan cercano, y por la ventana, al anochecer, con su bolsa de las compras al hombro, divisé a Théo, que miraba atento sin darse cuenta de que era observado.

Bajé del autobus y un beso que duró mucho tiempo. Extraña añoranza y vamos para casa.

En el camino, me dijo que al llegar, chequée el cubrecamas.

Entramos a la casa, saludé a los gatos, mish mish

Y al tirarme en la cama, me di cuenta de que estaba acostada sobre decenas de corazones que formaban el estampado del acolchado.

Me sentí querida y añorada, jóven y hermosa. Feliz.