viernes, 24 de abril de 2009

discos, libros, etc. la vida

Hace ya algún tiempo que Pedro duerme conmigo, no en la cama, sino en la alfombra.

Me gusta que me haga compañia cuando hay y no hay gente en casa, es como estar con un amigo.

A veces Pedro no puede dormir y quién sabe por qué se pone a llorar o a revisar el tacho de basura o a dar vueltas por el lugar, o sea, lo percibo, se pone fastidioso.

Tengo que admitir que me siento orgullosa de haber encontrado un disco que lo tranquilice: cuando se pone así de inquieto, es automático, me levanto de la cama y busco entre la montaña de digipacks que tengo amontonados al lado de los discos copiados un disco en particular, Rose Kennedy de Benjamin Biolay. Lo pongo a un volumen que se escuche pero que no moleste e, instantaneamente el perrito se tranquiliza.

Ya lo probé varias veces e invariablemente funciona.

Anoche, a eso de las seis de la mañana le agarró uno de esos accesos y tuve que recurrir a Benjamin, pero desafortunadamente la que después no se pudo dormir fui yo.

Así que agarré el libro que estoy leyendo, Generación X de Douglas Coupland y me puse a leer hasta que se haga la hora de levantarse.

Ultimamente todos los libros que leo son sobre jóvenes desencantados en las décadas del 80 y 90.

En esos libros se perciben las mismas cosas que son perceptibles ahora, pero con una variante, no aparece el tema de la internet ni el del teléfono móvil. Es un detalle nimio que no hace a las cosas, ya que la angustia existe y existirá siempre que haya personas, pero que los elementos contemporáneos de comunicación (que están a años luz de solucionar el tema de la angustia) no aparezcan en los libros hace que de algún modo me sienta ajena a ellos. El único que atisba a jugar un poco con esos elementos tan modernos, tan de ahora, es David Foster Wallace y hasta ahí.

Mientras estoy acostada, con mi pijama con dibujitos, entre mis sábanas de estampado escocés, al lado del muñeco de la pantera rosa que abrazo por las noches y que duerme todo el día, me pregunto cuál será el próximo escritor desencantado que me va a tocar leer. Y la respuesta es obvia: cualquiera. Pero me refiero puntualmente al escritor desencantado de esta era. Alguien como yo, que vive en la época que vivo yo, y que está desencantado de los tiempos como lo estoy yo (por ahora).

Y mientras tanto Benjamin Biolay sigue cantando y en una pausa en mi lectura, recuerdo cuando lo conocí, bah, cuando lo vi en persona, cuando las piernas me temblaron, cuando dije alguna estupidez.

Fue el año pasado, hacia fines de abril.

En el verano que recorrí Bolivia, me llevé su segundo disco, el doble Negatif. Y quedé fascinada. Es que los franceses tienen ese no sé que, que yo bauticé distancia y Benjamin Biolay en particular tiene ese no sé que que hace que su música sea simplemente maravillosa y eso:

maravillosa

Pero la sorpresa mayor se escondía en su predecesor, Rose Kennedy, un disco conceptual cuyas canciones giran alrededor de la mitología del clan Kennedy, del cuál se dice que están malditos, que esto, que lo otro.

Y las canciones están a la altura. Es un disco perfecto.

Y era el año pasado y vino Benjamin Biolay y fue una de las pocas veces en las que, excepto por una sóla, me sabía todas las canciones del repertorio. Y si hay algo de lo que me puedo jactar, es de que soy una persona con mucha determinación.

Así que después de varias idas y vueltas, fui al camarín, y llamenme groupie o lo que quieran, pero fue una de las pocas veces en las que me quedé sin palabras, y en un inglés bastante torpe, sólo recuerdo que dije dos cosas

la primera: que me gustaría que alguien le sacara una foto a mi cara, porque realmente estaba hecha una estúpida

a lo que él respondió: está todo bien con tu cara

la segunda: yo era la histérica que pedía que toquen "los angeles"

él: no, esa canción no la tocamos en esta gira.

Y todo eso ocurrió un viernes. El domingo volvía a tocar y claro que fui.

Y tocó los angeles.

Y no sé si lo hizo por mi pedido, pero la versión fue tan torpe como mi inglés. Se notaba que estaba sin ensayar.

Y fue tan torpe como hermosa.

Y este año, en mi cumpleaños número 25, mi enamorado me regaló la edición importada de ese disco tan amado.

Y esa edición, es la que escuchamos con Pedro en las noches en las que no podemos dormir.

jueves, 16 de abril de 2009

parte de la religión

Anoche conocí a un chico mientras esperaba en la puerta de La Trastienda a que lleguen unos amigos.

Me encontraba sentada en la vereda de enfrente cuando el muchacho en cuestión se me acercó con una botella en la mano. La botella era claramente de vino a pesar de la bolsa en la que estaba metida y que hacía las veces de "ocultador de botella".

Era un chico de Avellaneda, había venido desde allá para ver a El Mató a un Policía Motorizado, una banda que le gustaba mucho.

Charlamos un rato, y cuando noté que mis amigos merodeaban las inmediaciones de la puerta, me despedí amablemente y me fui con ellos. Y el chico se quedó en el umbral, en el escalón, con su botella de vino colón.

Entramos, poca gente. La banda soporte era Hacia Dos Veranos y todavía faltaba un rato para que comience la velada. Cerveza por aquí, cerveza por allá. Feria de discos, flyers: nuestras estampitas.

Habiendose llenado un poco más el lugar, la primera banda comenzó.

Y lo que siguió, no fue una muestra ni de virtuosismo, ni de perfección sino de puro sentimiento.

Hacia dos Veranos es una banda que me gusta mucho. Me gustaría decir el por qué, pero es que no lo sé. Es simplemente música. Es el ruido mismo hecho música: creo que ahí reside su encanto.

Y es que esos chicos, realmente sienten, y es que se trata un poco de eso, de sentir. Y de creer.

Y yo no sé como será en el resto de sus días, pero esos músicos, en ese momento exacto, interpretando su música, eran felices, y no hacia falta tener una súper percepción para sentirlo, no: era palpable y visible y sobre todas las cosas real. Tan real como la música que nos rodeaba.

Es que esos músicos destilaban amor, amor por lo que hacían, amor por ese momento, y era notorio como, a pesar de que sea cursi, el amor embellece aún más las expresiones.

Y en esos momentos, cuando la música es buena, envuelve. Y el set fue corto, que pena, y efímero.

Pero que el escenario quedó listo para lo que vendría, yo puedo asegurarlo. No lo sospeché nunca, pero lo sentí.

Y pasó un rato y una canción en repeat constante hacía las cosas un poco tediosas. Por suerte existe la buena conversación. Yo no sé a quien se le ocurre que una canción estilo evanescense en constante final/comienzo es algo bueno para aclimatar un reci. Pensé en Morrissey,

quemen la disco
cuelguen al bendito dj
porque la música que pasa
no tiene nada que ver con mi vida

(ni con el momento)

Y entonces las cortinas se abrieron, y ya había mucha más gente. Eran chicos, eran jóvenes, bastante.

Y la música comenzó.

Y ellos comenzaron.

Bastaron pocos segundos para que varios chicos y muchachas dejaran de pensar en todo y se entregaran al pogo, al baile, a la ceremonia.

Estaban fuera de sí, se movían constantemente, ellos y sus labios, es que simplemente no paraban de contonearse.

Y era un pequeño mar de gente, pero generaban una gran marea.

Y dicen que la fé mueve montañas. Yo creo que mueve el mar.

Entonces recordé cuando tenía 16 ó 17 años, todo era nuevo, todo era sorprendente, todo era digno de fé.

Esos chicos arriba del escenario, esa música. Y si, cuando uno tiene el oído entrenado puede escuchar diferentes cosas y decir "esto se parece a tal o cual banda", es decir, reconocer influencias y si, yo escucho Franz Ferdinand hoy y puedo decir Gang of Four. Es así, es cierto.

Y puedo asegurar entonces, que El Mató a un Policía Notorizado escuchaba exactamente la misma música que escuchaba yo cuando era chica, que alucinaban con lo mismo. Es así, es cierto.

Y el truco está ahí, porque las bandas son un ida y vuelta, son una eterna cadena de links, y cuando yo empecé a escuchar música, a ver bandas, escuchaba a Fun People para luego agenciarme un disco de Black Flag.

Y con El mató... el camino es absolutamente inverso.

Pero para esos muchachos y chicas que bailaban adelante de todo, cantando, saltando y lo que sea más, el camino recién comienza.

Y yo podía ver que, así como yo creía en Fun People, que realmente les compraba, en el sentido real y metafórico, su música, esos chicos, realmente creían en la música de E.M.a.u.P.M.

Y yo sentía que, de tener una banda, seguro que sería como El mató... ya que compartimos los gustos, y lo noto. Mi banda sonaría como e.m.a.u.p.m., si.

Porque de eso se trata la música, de creer que siempre puede haber algo que puede sorprender, que podemos no conocer, y que nos puede afectar, que nos puede cambiar.

Y la pose que se adquiere con los años, con el hastío de haber visto mil veces lo mismo, no tiene válidez en ese momento, en el momento que se presencia como la música, LA MÚSICA, afecta a las personas, las mueve. Deja de tener validez, si, y no queda otra más que rendirse al ritmo, a la melodía, a la canción. A la música, nuestro Dios. Y bailar.

Puedo decir que vi como muchos jóvenes, que no son la mayoría, de hecho son amplia minoría, creían en esa música, en eso que para muchos sería ruido, que a ellos los deleitaba, nos deleitaba.

Y claro que tenía sentido que un chico solo haya venido desde Avellaneda para ver a la banda que le gusta, porque lo hicimos, aunque ya casi no lo hago, a pesar de que tiene sentido cuando de música se trata. Tiene sentido.

La resistencia existe, no todo está perdido cuando de rock de acá se habla. La demostración de fé ante esas apocalipticas canciones eran un contraste interesante y sobre todo bueno.

Y no estoy diciendo que El mató a un policía motorizado sean Los Salvadores del Rock, estoy diciendo que algunos creen en ellos, en su música.

Estoy diciendo que, aún, algunos creemos.

amigo piedra necesito que
me ayudes con mi auto otra vez
para llegar a ese lugar
nuevo, o - oo.

martes, 7 de abril de 2009

aventuras de la vida cotidiana: ya puedo volver a vestirme de negro

Después de acumular durante semanas y semanas ropa sucia en el canasto, me decidí a lavarla.

En el lavarropas, claro.

Que se pensaban que iba a lavarme los corpiños a mano? Déjense de joder por el amor de dios.

Lo primero que hice fue separarla por colores: lo negro todo junto (eso incluye azul marino y marrón chocolate), la ropa clara en otro montoncito y la ropa de color en una montaña.

Y si, dado que Carmen se empeña en lavar todo junto color con blanco y eso con negro y me destiñe todo, le dije que no me lave más la ropa que lo iba a hacer yo. No sé en que estaba pensando.

Así que para comenzar, agarré la montaña de ropa oscura y la metí en el lavarropas. Puse jabón en polvo y suavizante. Programé el aparato para que sea un lavado corto, porque, por si no lo saben, cuando ponen lavados largos, la ropa oscura se arruina y queda toda descolorida como la remera de kiss que uso para dormir que antes era negra pero que ahora es gris.

Mientras la ropa se lavaba, decidí ir a farmacity a comprarme un desodorante.

Nunca pensé que hacerlo podía ser tan complicado!

Llegué y fui directo a la góndola correspondiente. Para mi desgracia, en los altoparlantes sonaba una canción de wham! que no me dejaba concentrarme en la fragancia que quería elegir.

Lo único que podía hacer era cantar ueik mi ap bifor iu gou gou dount liv mi jangin laik e io io y bailar al compás de la irresistible melodía como quien no quiere la cosa.

Cuando la canción terminó, fijé mi vista en la sección donde están todos los desodorantes rexona juntos y descubrí que los desodorantes ya no se pueden "probar" porque tienen una especie de precinto de seguridad que no deja oler sin romperlo. Y como soy una persona de bien, claro que no lo rompí, no sea cosa que me descubran.

Así que para elegir el desodorante tuve que guiarme por los nombres de las fragancias: tropical energy, lemon splash, shiny y happy.

Por supuesto que elegí la fragancia happy, porque yo quiero oler como una persona feliz, y si un desodorante me promete que voy a ser y oler a feliz, claro que lo compro. No lo dudo.

Así que volví a mi casa y saqué toda la ropa negra del lavarropas y la puse a centrifugar en el secarropas. Luego la separé por géneros, o sea, remeras por un lado, pantalones por el otro, medias, calzones y corpiños en otro montoncito. Sacudí todas las prendas antes de colgarlas y recordé cuando era chica y mi mamá me hacía colgar la ropa, que me gustaba separar los broches por colores y que todo combine.