lunes, 21 de septiembre de 2009

27 de junio 2009 /// frankfurt---hamburgo

Era las diez y cinco de la mañana en la esquina (del lado del Burger King) de la estación central de trenes de Frankfurt cuando no tenía noticias de Azzedine, ni del Mercedes Benz negro, ni de la pareja, ni de nada.


Apostada con mi mochila gigante en el lugar acordado, decidí ir hasta un teléfono público y llamar al número que me anotó Steffen en caso de que pase algo.

Atendió un hombre, y cuando pregunté por Azzedine, resultó que era él. Estaba en el auto dando vueltas buscándome a mí y al segundo pasajero que viajaba con nosotros.

Finalmente nos pudimos encontrar.

Azzedine lucía como un chico rico con el pelo cortado en una peluquería cara: era alto, morocho, tenía una remera blanca ajustada y rasgos árabes o algo así. Nuestro acompañante apareció a los pocos minutos. Yo le dije rápidamente que no había dormido nada y luego de acomodar la mochila en el baúl me subí a la parte de atrás del coche con mi almohada, mi mantita y mi view master. El otro chico que viajaba con nosotros se sentó adelante.

Dormir. Eso era lo único que podía hacer durante el viaje.

Cuando desperté, estábamos muy cerca de Hamburgo. Azzedine contó que justó ese fin de semana había un encuentro de motoristas y que probablemente veamos muchos por la calle. En el resto del viaje les conté que la noche anterior había estado de fiesta y que por eso dormí todo el tiempo.

Y entonces llegamos a la estación central de Hamburgo.

Me bajé del auto, agarré mi mochila, pagué los 25 euros, me despedí y pensé:

-Y ahora qué.

Entré a la estación, busqué una oficina de informes (lo cuál me tomó cómo quince minutos), pedí un mapa y una lista de hostels. Luego fui al pizza hut de la estación donde me compré una porción de pizza de muzzarella (o margherita como le dicen ellos), busqué un lugar donde sentarme (adentro de la estación había un patio de comidas con mesas y sillas) y me puse a estudiar mis posibilidades de alojamiento.

Al cabo de media hora, salí de la estación, me metí en un locutorio y empecé a llamar a los hostels más cercanos.

Terminé reservando en el más barato de la lista. Habitación compartida: 16 euros. Nada mal.

Me tomé el Ubahn hasta SternChanze, bajé y busqué el hostel.

Hamburgo, a diferencia de Frankfurt, es un poco más sucio y algo más caótico. El hostel se llamaba “instant sleep” y la habitación que ocupaba, recibía el nombre de “ecke” ya que estaba situada en la esquina del edificio, que constaba solamente de un primer piso. Había varias camas y cómo la gente que entrara o saliera de la habitación me daba desconfianza, metí todas, absolutamente todas mis cosas, en uno de los lockers que se hallaban en el pasillo. Aunque si tengo que ser sincera, debo decir que en esa primera instancia, prácticamente me pelee con el pequeño y angosto armario.

Una vez hube terminado con la burocracia propia del registro en el lugar, dejar las cosas, el depósito, el candado, etc. etc. etc., salí a pasear por el barrio.

El barrio en donde me encontraba se llamaba St. Pauli que es un pequeño vecindario donde las calles son angostas, las paredes están cubiertas de posters, pintadas y calcomanías. Hay mesas y sillas en las veredas de los bares y está lleno de locales para comer falafel.

Así que me agencié uno.

Luego fui al supermercado donde un chileno me reconoció el español mientras hacía la fila para pagar el agua que había comprado,

Y seguí caminando.

Estaba anocheciendo cuando pasé por debajo de una ventana de la cuál salía una música demasiado buena para ser en Alemania: Si, era P-funk.

Así que con mi botella de agua Volvic bajo el brazo, le hice señas a los dos hombres que estaban sentados en el umbral de la ventana (era un primer piso).

Les pregunté si podía subir, y así como si nada, entré a la fiesta.

Saludé a los de la ventana: se llamaban Daniel y Rupert.

Daniel tenía aproximadamente mi edad y estaba armando un cigarrillo con hash cuando llegué. Rupert tenía por lo menos diez años más y acababa de volver de viaje por la India.

Era un apartamento que ocupaba casi medio piso. Los techos eran altos y las habitaciones, grandes, amplias, estaban casi vacías.

En la cocina había mucha gente y cerveza. En la habitación del medio, había un castillo inflable.

Fui, me tiré y ahí estaba él.

Seguí mi camino hasta el baño. La bañera estaba llena de botellas de cerveza.

Volví a la pista de baile donde la música se ponía cada vez mejor, y no me cansaba de festejar al DJ, Thurston.

Nos pusimos a hablar. Thurston tenía una camisa blanca con un dibujo de un dragón, también llevaba pantalones blancos. Me contó que estaban festejando con el vecino dos cosas: su cumpleaños por

un lado, y la mudanza de aquella casa, por el otro.

En un momento dado, alguien me ofreció hash. Una sóla vez había fumado hash y casi ni me acordaba. Así que acepté.

El hash es bueno. Genera siesta mental a los pocos segundos y luego se sienten nubes en la cabeza.

Es perfecto para bailar porque a uno le dan ganas de moverse con tanto humo en el cerebro.

Pero así como es bueno, también es efímero.

A los veinte minutos de haber fumado mis primeras pitadas de hash, descubrí que ya estaba en estado normal nuevamente.

Y no iba a tomar alcohol porque ya lo había hecho el día anterior.

“exotic latin american dancing bitch”: ese es el título que me adjudiqué aquella noche, ya que durante las primeras cinco horas no hice más que bailar aquella música que sonaba tan bien en esos parlantes tan grandes. Thurston no paraba de poner estupendas canciones para bailar y el hash no dejaba de circular. Durante algunas horas, fui la extranjera ridícula que baila como loca en una fiesta donde no la conoce nadie.

Hasta que las cosas empezaron a caerse como fichas de dominó.

Fue cuando estaba en uno de mis puntos de ebullición máxima con el hash.

Thurston le había comentado a varias personas mi atrevimiento al simplemente meterme en aquella fiesta donde no conocía nada excepto la música, y entonces, de repente, un rubio de 1,80 de altura me empezó a seguir a lo largo de las habitaciones de la fiesta. Hablaba español de la manera más torpe y aburrida que se pueda imaginar y en un momento dado empezó a asustarme ya que no se daba cuenta de que yo no quería ser quien le practique el idioma que había aprendido (mal) en la escuela secundaria.

Pero también era posible que todo fuera producto de mi imaginación debido a la paranoia que el hash pudiera llegar a generar.

En el transcurso de la fiesta conocí a Théo y a Houwaida, hermano y novia de Daniel respectivamente.

Théo estaba en el castillo inflable cuando entré a la fiesta y recorrí la casa por primera vez.

Houwaida llegó más tarde.

Y entonces estaba este tipo, el rubio que me seguía.

Y el hash seguía circulando, y no sabía si era la paranoia o que, pero me daba la sensación de que cada vez que le echaba una pitada a cualquier cigarrillo que me den, Rupert me miraba con gesto reprobatorio.

Y cuando me cansé del rubio, fui hasta Théo y le dije (en un inglés pésimo):

-Yo no sé si es el hash o que, pero me parece que ese blonde guy is following me

-No te preocupes, está todo en tú imaginación- dijo él.

Y entonces, en ese preciso momento, cuando Théo terminó de dar su diagnóstico, alguien me tocó el

hombro: era el pibe rubio. Théo hizo una mueca y yo me dí vuelta y grité. Théo también gritó (hizo “aaaa!!!” pero un poco más bajo que yo) y el rubio se alejó con una expresión de horror.

Y entonces empezamos a hablar.

Una cosa.

Dos cosas.

Tres cosas

Y

-Ya viste Hamburgo desde arriba?- Preguntó él.

-No- le respondí.

-Follow me- dijo.

Y entonces se generó una de esas situaciones espantosas que suceden cuando alguien se va con alguien con quien se supone no tendría que irse de una fiesta.

Y yo pasé la puerta y me encontré en el pasillo. Sóla, con Théo. Y lo seguí.

Subimos cuatro o cinco pisos por escalera hasta llegar arriba de todo. Él abrió una puerta y entramos a una especie de baulera.

Otra escalera. Una de mano, larga, insegura.

Y entonces: Hamburgo desde arriba.

Era maravilloso: toda la ciudad iluminada por la noche sólo con las luces del verano. Muchos edificios, la altura, la oscuridad.

Nos tiramos en el piso a ver las estrellas.

Éramos él, Hamburgo y yo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

26 de junio 2009 /// frankfurt

Prendí la tele y era cierto: Michael Jackson había sido encontrado muerto en la bla bla bla bla…

La CNN y muchos otros canales de televisión así lo informaban.

También ese día había muerto Farrah Fawcett y en el programa de Larry King recordaban esos dos hechos todo el tiempo. Así que apagué el televisor y me fui a dormir.

El sillón era bastante cómodo.

Era el fin de un día muy agitado.

Al día siguiente, Steffen me despertó y me dijo que el sábado iba a ser muy complicado que yo me quedara allí, ya que él tenía que irse a la casa de su novia en un pueblo que no quedaba muy lejos y partía al día siguiente por la tarde (supongo que después de limpiar las cosas de la fiesta). Me dijo que podía consultar con algunos de sus amigos para ver sí me prestaban sillón, pero a mi se me ocurrió que no quería pasar el fin de semana en Frankfurt ya que por lo que había visto el día anterior, no parecía que fuera un lugar en extremo divertido para pasar un sábado a la noche.

Así que me vestí, y le dije que iba a pensar que hacer en el transcurso del día.

Nos tomamos el tren juntos. Él se bajó en la estación de su trabajo y yo seguí hasta el centro.

Otra vez en la estación central.

Me puse a caminar y no pasó más de una hora que en la puerta de una tienda de ropa encontré un pequeño altar homenaje para Michael.

Luego entré a un Zara y ahí estaba, la música de Michael.

Era demasiado temprano para saberlo, pero tuve la sensación de que Michael me acompañaría, quiera o no, durante buena parte del viaje.

Frankfurt es un lugar lleno de bicicletas, y ese día pude comprobarlo. En especial cuando pasé por una fuente y vi muchas muchas bicicletas amarradas a la reja que la rodeaba.

Caminé por el centro, y al llegar a una especie de plaza-peatonal, me encontré con un montón de niños que participaban en una especie de evento escolar.

Aparecían divididos por grupos, cómo por cursos, o escuelas, no entendía muy bien de que iba la cosa, pero por lo que veía, cada grupo de niños hacía algo en especial.

A un costado de la calle, una orquesta. Eran como 10 ó 15 chicos tocando diferentes instrumentos: batería, violines, frlautas, instrumentos de viento, etc. Era una grande e imperfecta orquesta. Su profesor los dirigía. Y puede que sonaran un poco desafinados, pero eran perfectos, todos esos niños, con sus instrumentos y sus lentes de sol, y su música típica de cuaderno de escuela primaria alemana.

En otro costado, un montón de niñas. Vestidas como ninjas, de negro, con espadas y un trapo atado a la frente, cuál karate kid, 15 chicas representaban una batalla de quien sabe qué. Eso fue lo que pude ver cuando la orquesta terminó de tocar.

Hacia el final de la representación todas las chiquitas (rubias en su mayoría) tomaron un globo amarillo. Su maestra también lo hizo. Los inflaron, y cuando reventaron, los globos hicieron un gran estruendo y todas se tiraron al piso al mismo tiempo. Hicieron como que estaban muertas, dejando sus espadas de madera por ahí. A lo lejos, yo veia cómo se reían a pesar de que tenían los ojos cerrados y estaban supuestamente muertas.

Seguí caminando y fui a parar a la iglesia de San Bartolomé. Entré, un par de fotos y de vuelta afuera.

Al pasar muchas horas en la calle, me dieron ganas de ir al baño. Y así fue cómo hice uno de mis primeros descubrimientos:

Me metí en un shopping, ya que en los shopping siempre hay baños.

Busqué el toilet y luego de bajar al subsuelo, descubrí que había que pagar 30 céntimos para entrar.

Varios días después, comprobé que era así en todos lados. Incluso en McDonald’s, incluso en los bares comunes.

Y en Alemania, toilet se pronuncia toilet, así como suena, nada de tualé

Estuve en la zona de los cabarets y de los junkies. Porque a pesar de que era Frankfurt y era tan limpio y tan pulcro, no faltaba la zona del reviente, que para que se den una idea, para mí era como caminar por blgrano en terminos de “tener cuidado”

Estaba sola, pero la sensación de “aca no pasa nada” era tan grande.

Comí algo por ahí y hacia las cinco de la tarde volví a casa de Steffen para ayudarlos con los preparativos de la fiesta.

Al llegar, Florian estaba vaciando una sandía y poniendo la pulpa adentro de un artefacto moderno para hacer jugo.

Cuando hubo terminado, metió todo el líquido dentro de la sandía hueca, le agregó una botella de vodka alguna y una de vino espumante.

La metió en la heladera.

La fiesta iba a ser en el edificio. Porque en la zona donde vive Steffen hay monoblocks, donde viven muchos estudiantes. Entonces, en el sótano del edificio, o más bien la planta baja, hay una especie de bar/salón de fiestas con mesas, sillas, sillones, una mesa de pool y un metegol. En el jardín hay una parrilla.

Hablamos con Steffen sobre lo que podíamos hacer respecto a mi situación de alojamiento y decidí que lo mejor era irme a otro lado. Después de un día en Frankfurt, me di cuenta de que no era tan grande y de que quedarme podría no ser una buena idea.

Así que decidí partir hacia Hamburgo al día siguiente , ya que me llamaba la atención ir a ver que había allí.

En Alemania, hay una página (http://www.mitfahrerzentrale.de/) en la cuál la gente que viaja en auto ofrece sus lugares disponibles para viajar con ellos, se puede reservar en el día y lo cierto es que es más barato que viajar en tren o autobús.

Así que Steffen hizo un par de llamadas. Yo prefería viajar con una mujer, así que después de hablar con varios hombres, llamó a una tal Azzedine que partía hacia Hamburgo al día siguiente a eso de las diez. Arregló todo de forma que nos encontráramos en la esquina de la estación central. Me dijo que era una pareja y que viajaban en un Mercedes Benz negro.

-Tengo buen olfato para darme cuenta si alguien es nice o no. Y este tipo parecía muy amable.

Me bañé y me di cuenta de que lo que para mi era tempranísimo, para los alemanes era “on time” Así que mientras me cambiaba, me di cuenta de que Alex, Florian y Steffen habían bajado a la fiesta. Y eso que aún era de día y no eran más de las siete de la tarde.

Cuando salí del baño me encontré con dos chicas. Las dos rubias, una tenía puesta un atuendo típicamente alemán: un vestido rojo largo, con una camisa y un delantal celeste. La otra era particularmente común.

Hablamos un ratito y bajamos.

Al llegar a la cocina, había MUCHA cerveza de marcas de todos los colores. Pero no había hielo. Y pregunté acerca de ese detalle y me miraron raro. No son amigos de tomar las cosas demasiado frías en Alemania, pensé.

Y la noche empezó a caer, la gente también, y las salchichas alemanas en la parrilla empezaron a arder.

Todas las personas que llegaban traían como mínimo un pack de seis cervezas.

Yo no tomo cerveza. El alcohol no me gusta demasiado.

Y de las drogas, ni noticias.

Steffen ya me había advertido que, por lo menos en su círculo de amigos, la droga, o sea, la marihuana, era algo raro.

Así que esperé un poco a ver si sentía algún olor familiar, pero nada.

Así que empecé a tomar algo que se parecía bastante al speed, con vodka.

Al cabo de un par de horas, asumí que nadie iba a fumar porro en esa fiesta y sí bien había pista de baile, estaba bastante desierta.

Había una computadora y desde allí se programaba la música. Lo que sonaba era Ac/Dc, Green Day y esas cosas que definitivamente NO hacen una fiesta más amena.

Los invitados seguían llegando y en vez de bailar o lo que sea, charlaban plácidamente y jugaban al pool o al metegol o a los dardos o a lo que sea.

Pero el baile ausente.

Así que decidí que no había forma de que no me divierta y subí a buscar el fernet que tenía para Caro.
Me hice uno con coca

Pero

La coca-cola no estaba lo suficientemente fría. Y no había hielo.

Fui por ahí con mi bebida exótica y para divertirme empecé a convidarla.

La primera chica, la del vestido teutónico, me dijo que sabía (tasted) a medicina.

Y Steffen dijo que era feo

Y Florian dijo que estaba bien, pero que prefería su vaso (con espacio suficiente para un litro y medio) de cerveza.

Todos hablaban alemán y yo ya estaba medio borracha de vodka, fernet caliente y bebida que estaba adentro de la sandía (que también estaba caliente).

Entonces llegaron unos chicos que se habían enterado de la fiesta mediante una cartelera o algo así de CouchSurfing.

Y dije

Acá yo me divierto, o me divierto. Porque eran apenas la una de la mañana cuando todo esto estaba sucediendo.

Así que me puse a bailar y rápidamente junté un par de adeptos.

Una chica de vestido azul aparentemente tenía las mismas ganas de bailar, así que nos mudamos, junto que el otro par de dancers, a la pista.

Yo tomé el control de la computadora y, cómo queriéndome revelar contra esa manga de alemanes que se divertían charlando, jugando al pool y tomando cerveza caliente, empecé a poner canciones un poco más… arriba.

Afortunadamente encontré una carpeta con canciones de Michael y una atrás de otra, empecé a ponerlas.

Era simple: programar un par de canciones, ir a bailar, y volver para programar más.

Hasta que apareció:

El típico tarado que quiere escuchar música que NO es para fiestas, precisamente en una fiesta.

Todo ocurrió cuando estábamos bailando. Estábamos tan contentos en el medio de Thriller o algo así cuando de repente se cortó y empezó a sonar algo con guitarras y distorsión que sonaba a rock pesado.

Fui y cambié la música un par de veces, pero al rato desistí porque me di cuenta de que no tenía sentido luchar contra la masa: éramos siete personas en la pista y en el resto de la fiesta eran más de treinta. Así que, borracha y derrotada, me retiré de la lucha.

En el medio de todo eso, implementé una táctica para tener siempre bebidas frías.

En el congelador puse dos vasos de fernet con coca. Al rato fui a buscar uno, me lo tomé, y puse otro. Me lo tomé y fui a buscar el otro y así. A veces variaba la mezcla y ponía speed con vodka en la heladera.

Y entonces me senté en un sillón. Steffen estaba con su novia y Florian y Alex con sus amigos. Me encontré sóla, borracha y aburrida. Y era como las tres de la mañana. La fiesta estaba llena de gente pero yo no entendía aquella forma tan aburrida de divertirse.

Así que me paré y me fui al metegol. Estaba tan ebria que me puse a relatar los partidos en español cuál Victor Hugo Morales. Total, a nadie le importaba no entender nada.

Varias horas antes, mientras nos ocupábamos del asunto del viaje a Hamburgo, Steffen me mostró el pantalón nuevo que iba a usar esa noche. Me contó que lo compró esa tarde y que por eso no lo lavó, y me preguntó si a mi me parecía que olía raro. La verdad es que el pantalón tenía un olor raro, cómo a humedad, pero no me pareció que fuera algo tan perturbador, y como era nuevo y Steffen parecía ansioso por usarlo, le dije que no creía que haya algún inconveniente si lo estrenaba sin lavar.

Durante las primeras tres horas de fiesta, Steffen se quejó del olor, y a mi no me parecía tan grave, después de todo, nada peor que comprar una prenda para usar en una fiesta y luego, por cualquier motivo, no hacerlo.

A las dos y media de la mañana, la sinceridad y la borrachera estaban a tope. Y fue entonces cuando me encontré con Steffen en la cocina. Yo estaba preparando un fernet para el congelador y el buscaba más cerveza. Y entonces lo sentí. No sé cómo, pero el olor a humedad llegó a mis fosas nasales.

-Steffen, andá a cambiarte ese pantalón que apesta, por favor- dije yo en un inglés más que torpe, ya que conforme pasaban las horas, mi dominio del idioma era cada vez más triste.

-Es lo que estuve pensando todo el tiempo, gracias por decírmelo- respondió él.

Así que mientras seguía tomando y deseando que en ese momento me ocurra un flashback de LSD, me puse a jugar al pool con mis excompañeros de pista. No me acuerdo el resultado, pero de repente, después de muchas horas, se hizo de día.

Así que hacia las siete, ocho de la mañana cuando ya la mayoría de los invitados se hubo retirado, yo también lo hice.

Fui a bañarme y a preparar mi equipaje.

El auto de Azzedine salía a las diez y yo tenía que estar ahí.

Y así, en el living de Steffen, con la resaca de los invitados, armé mi mochila, me despedí de Florian y Alex, que se fueron a dormir, Steffen me dio las indicaciones sobre cómo llegar a la estación central sóla (ya que por ser sábado a la mañana algunas líneas de tren estaban suspendidas) esperé un rato y me fui.

Bajé con la mochila, caminé algunas cuadras y llegué a la estación de trenes. Lo tomé, luego me tomé un bus, luego de nuevo el tren y allí estaba: la estación central.

Ahora tenía que esperar por Azzedine.

jueves, 10 de septiembre de 2009

25 de junio 2009 /// frankfurt

Llegué a Frankfurt hacia las dos de la tarde. Me sellaron el pasaporte, busqué la mochila y de repente ya estaba en donde había planeado estar desde hacía mucho tiempo.

Al momento de partir aún no sabía si Steffen me iría a buscar al aeropuerto, así que lo primero y lo más importante era encontrar la forma de chequear el mail, ya que ahí se definiría el próximo paso a seguir.

En el meeting point del aeropuerto de Frankfurt había mucha gente cuando llegué, pero a medida que se fueron encontrando, el gentío fue disipándose lentamente.

Conocí a Steffen por medio de una página de Internet, así que a pesar de haber visto fotos, no tenía idea de cómo luciría en 3-D.

Me acerqué a un chico que pensé, podría ser Steffen y le pregunté por algún lugar con Internet. Me señaló una especie de cabina telefónica mezclado con pc: era una estación de Internet. Según recuerdo, salía algo así como 1 euro cada dos o tres minutos, así que en un puesto de cambio de dinero, me aseguré de pedir suficientes monedas.

Y el chico no era Steffen, era alguien esperando a su novia.

Así que me dirigí a la computadora express esa, metí un euro en la ranura y nada, salió por la ranura inferior del cambio.

Luego de mucho probar, y preguntar a alguien por ahí, llegué a la conclusión de que la máquina no funcionaba, así que con todo el equipaje a cuestas me fui al siguiente hall a buscar otra computadora.
Al llegar, tuve que esperar un rato ya que había cola para usarla.

Finalmente chequée el mail, y así me enteré de que Steffen no podía venir a buscarme, aunque me dejaba su teléfono para que nos encontremos después de que él salga del trabajo. Cuando busqué una lapicera para anotar el número, me di cuenta de que la presión o lo que sea del avión había hecho que el bolígrafo que tenía, explotara de tinta casi literalmente.

Así que después de lavarme las manos, busqué la forma de salir del aeropuerto y llegar al centro de la ciudad.

Ya fuera del aeropuerto, le pregunté a una señora y ésta me indicó que había un tren (el Ubahn, que es el subte alemán) que me llevaba al centro. Así que busqué la estación en las inmediaciones del lugar, pedí ayuda para comprar el boleto y me subí al tren con mis casi veinte kilos de equipaje.

Tras algunas estaciones, bajé en la estación central de trenes de Frankfurt, que es algo así como Retiro.

Salí de la misma y me encontré con la primera imagen de Europa en mi mente.

Un paisaje citadino limpio y soleado, una ciudad pequeña pero ordenada y pulcra.

Eso era Frankfurt.

Encontré un Internet Café en una esquina y me metí para llamar a Steffen y contarle que ya llegué. Él estaba en el trabajo pero quedamos en encontrarnos a las siete y media para ir a cenar.

La cita era en la estación de trenes Heddernheim.

Así que una vez hube cortado, volví a la estación de trenes, dejé mi equipaje en un locker y me fui a pasear por el centro de aquella ciudad llena de bicicletas y árboles y edificios de arquitectura clásica combinados con modernísimos rascacielos.

Me sorprendí de la escasa contaminación visual en las calles y estuve en una especie de plaza principal donde se alzaba un teatro muy hermoso, una fuente, y muchos puestos con comida típicamente alemana y de otros lugares del mundo.

Era un día soleado y hermoso. Era el principio de todo.



Frankfurt es la capital económica de la Unión Europea. Allí operan los grandes bancos y la ciudad, no es famosa precisamente por su oferta cultural.

Frankfurt es una ciudad modernamente rara.

Caminé y caminé: fui al supermercado a comprar agua y una vez allí, estuve un rato mirando las etiquetas de las botellas sin saber muy bien que llevar, así que opté por un agua chiquita en vez de una grande. Ir al supermercado en un país donde no se habla el idioma, es como estar en un sueño. Uno sabe que es agua, pero no sabe muy bien de que tipo.

Y para mi sorpresa, en Alemania, lo que se considera agua clásica en las etiquetas, es agua con gas. Y yo compré agua clásica, pensando que era Agua Clásica.

Paseé mucho rato por ahí y, hacía las seis, emprendí el camino hacia la cita con Steffen.

Él me reconoció por la mochila. Nos saludamos y decidimos ir a comer algo por ahí, ya que las siete de la tarde es la hora de la cena en Alemania.

Steffen era de estatura mediana, de pelo castaño oscuro y pecoso. Su cara daba la impresión de que nunca dejaba de sonreir y una de sus paletas estaba un poco más oscura que el resto de sus dientes. Eso le daba un aire aniñado y gentil. Usaba anteojos y lucía muy calmado, muy relajado. Su expresión franca me recordó a la que viera muchos años antes en el hermano menor de mi primer novio. No sé porque, no pude evitar pensar en eso. Tenía un aire familiar, y eso me hizo sentir bien.

Así que nos tomamos un tren hacia el restaurant.

Mi primera sorpresa en Alemania: Al subir al vagón, Steffen dejó mi mochila en la puerta del mismo y, tranquilamente me hizo un ademán para que lo siguiera un par de metros más allá, para sentarnos, le pregunté si era seguro dejar la mochila allí y él simplemente se rió. Asumí entonces que dejar la mochila en la puerta del tren no representaba ningún peligro.

Al cabo de un par de estaciones, Steffen se dio cuenta de que habíamos tomado el tren incorrecto y tuvimos que volver.

Era el atardecer cuando llegamos al restaurant.

Por fuera lucía cómo una típica casa alemana hecha de madera, pero por dentro, era cómo en las películas: la decoración total y absolutamente germánica. El comedor, espacioso y cálido. En ese lugar era fácil imaginarse un montón de gente borracha y rubia chocando porrones de cerveza al compás de risas ruidosas.

Pero en ese momento, me pareció que el lugar estaba algo bastante vacío.

Y yo seguí a Steffen, quién caminó directamente hacia el fondo, como sí conociera aquel restaruant desde hace años.

Y la sorpresa fue total: al fondo, al aire libre, se alzaba un hermoso y rústico jardín, lleno de mesas y lleno de felices ocupantes tomando bebidas y comiendo el equivalente a la picada de acá, en la cálida luz del atardecer de verano.

Pedí mi primera agua sin gas en Europa y un plato típico: una milanesa rara de cerdo con una salsa a base de hierbas con papas fritas y ensalada. Fue genial.

Hablamos muchísimo.

Y en el medio de la conversación, comenté el incidente del agua con gas. A Steffen le causó gracia.

Y luego me contó que él y sus amigos estaban planeando una fiesta para el día siguiente. Me puse feliz de que ya en mi segundo día en Europa haya una fiesta a la cuál asistir.

Al terminar de comer, fuimos a la casa de Steffen. Allí conocí a sus “flatmates” Florian y Alex. Y les regalé los barbijos que nadie usó en Ezeiza.

Steffen estudió algo relacionado con química o medicina, y me dijo que el tema del barbijo era algo estúpido, porque los gérmenes son tan pequeños que un barbijo jamás podría detenerlos. Y Florian, que también estudiaba algo por el estilo, le dio la razón.

A diferencia de Steffen, Florian era alto, rubio, de rasgos afilados y con un aspecto total y absolutamente alemán. Aunque si de apariencia germánica se trataba, poco tenía que envidiarle Alex, quien también lucía alemanísimo, rubio, regordete y cachetón.

En la casa se respiraban los preparativos para la fiesta del día siguiente. Florian y Alex habían comprado una buena cantidad de alcohol y planeaban tomárselo casi todo al día siguiente.

En la cocina, había un poster de Ron Jeremy pegado a la alacena. Cuando lo mencioné, los muchachos se mostraron muy sorprendidos de que sepa quien es Ron Jeremy.

Tomamos unos tragos antes de ir a dormir, y durante la charla, les conté sobre mis planes de ver bandas, y en lo posible, a Michael Jackson, quien comenzaba su serie de conciertos en diez días en Londres.

Me acomodé en el sillón, les dí una copia de Fecha de Vencimiento a los tres, seguimos charlando, y un rato más tarde, nos preparamos para ir a dormir.

Cuando estábamos a punto de darnos las buenas noches, Florian, quien se había retirado momentos antes, volvió a entrar al living, pero con una expresión algo rara en el rostro.

Chequeando las noticias, que esto, que lo otro, lo supo.

Y vino a decírnoslo:

Michael Jackson estaba muerto.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

24 de junio 2009 /// buenos aires-sao paulo


Llegó, blanco e inofensivo, el sobre que contiene el resumen de la tarjeta de crédito.

Lo abrí con la vaga esperanza de que lo que tenía que estar allí no esté ( ya que uno siempre oye por ahí ese tipo de leyendas bancario/urbanas en la cuál un gasto inmenso hecho con la tarjeta de crédito en x parte del mundo no se factura y todo queda sin pagar y en la nada) pero no, allí estaba: la cuenta por trescientos euros que gasté hace menos de un mes en una situación completamente descontrolada y más allá de mí en Barcelona.

Este relato no pretende dejar ningún tipo de enseñanza . Sólo, quizás, podría calificar como advertencia, pero ni siquiera.

Sólo soy una persona que hace lo mejor que puede con las circunstancias que se presentan.

Y desde que llegué, me la paso evadiendo algunos factores a fuerza de fumar porro. Y puede que no esté bien, pero es lo que puedo hacer por ahora. Sin trabajo y con la resaca de dos meses de total y absoluta felicidad, que otra cosa puedo hacer.

Esto.

Escribir.

Y en este momento estoy desempleada.

1.800 pesos no es demasiado dinero si se tiene un trabajo normal, se puede pagar. No es imposible.

Pero la fecha de vencimiento está allí y es una deuda que hay que saldar.

Y sólo puedo escribir.

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Hace un par de horas, hace exactamente once semanas, estaba subiéndome al avión que me llevaría a Sao Paulo para luego llevarme a Frankfurt para luego llevarme a quien sabe donde.

Dejé buenos aires con la certeza de que Steffen (a quien conoci por medio de
www.couchsurfing.com) me recibiría en Frankfurt.



Couchsurfing es una red social a través de la cuál, personas de todo el mundo ofrecen sus sillones a los viajeros de otras partes del mundo a cambio de... nada. Algo así cómo en el club de la hospitalidad.


Así que un par de meses antes, antes de irme, me hice un perfil y solicité alojamiento en algunos lugares en los que estaba segura, estaría en algún momento del viaje. Más allá de que tenía una estadía de dos meses (ya que el boleto de regreso lo estipulaba así) creo necesario aclarar que no me fui con demasiada plata. Quizás fue algo un poco inconciente, pero en ese momento no importó demasiado.


Estuve buscando alojamiento en Londres, pero hasta la fecha de la partida, no tenía nada asegurado.

En Amsterdam estaba la posibilidad de que Julian (a quien también contacté a través de CS) me reciba, pero hacia el 24 de junio, la verdad es que 8 de julio lucía algo bastante lejano.

Y en Northampton estaba Adam, quien inmediatamente se mostró amable ante la idea de recibirme, supuse entonces que el turismo no era el fuerte de ese lugar.



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Llevé mucha ropa de verano. Aquí estaba empezando el invierno, así que sólo llevé un sweater grueso pensando que allá el calor sería cómo acá .

Según los “dice tal”, en el aeropuerto la psicosis provocada por la gripe porcina estaba en su punto máximo, y “tal” le dijo a mi mamá que sin barbijo no dejaban ingresar a nadie a Ezeiza.

Así que eran las diez de la mañana, a mi me quedaban cosas por empacar y estaba recorriendo farmacias buscando barbijos para toda la familia.

Naturalmente, como sucede siempre en este país, estaban agotados.

Así que terminé comprando barbijos de pintor en la ferretería de la otra cuadra.

Barbijos para todos.

El avión partía a las dos.



A la hora de pesar el equipaje, la mochila tenía 15 kilos encima y el bolso de mano, 6.



En la mochila tenía un fernet para mi amiga que vive en Barcelona, Caro.



Creo que mi mamá lloró un poco al despedirme.

Nadie usó barbijos y terminaron todos en mi bolso de mano.

Eran muchas horas de vuelo las que tenía por delante.



Nunca antes había viajado en avión.



Me despedí de mis padres



Me fui.





Miraron mi equipaje de mano, sellaron mi pasaporte y luego, estar en la sala de embarque, completamente sola por primera vez en algún tiempo, fue raro. Esperé con mis auriculares escuchando alguna melodía feliz y tomé el primer avión. Un par de horas hasta Sao Paulo y de ahí, a Frankfurt.



Al llegar a Guarulhos tuve que esperar como dos horas hasta abordar el segundo avión.

Caminé por ahí, di vueltas por el free shop y cuando estaba mirando la pizarra de horarios, sentí algo molesto en la suela del pie.

Eran 200 reales.

Lo tomé cómo un augurio de buena suerte.

Al subir al avión hacía frio.

Me tocó la ventanilla y a mi lado, con un asiento de por medio, un hombre.

Brasilero y vestido de negro, tatuajes en el brazo, nos pusimos a hablar, mezclando inglés, portugués y español,

Y resultó que se llamaba Rogerio y que viajaba con Sepultura, ya que la banda iba a dar una serie de conciertos a la República Checa y él era algo así cómo el que les mantiene las guitarras en buen estado: “guitar technician” en sus propias palabras.

El vuelo fue muy largo y en ese lapso hablamos mucho, cenamos, desayunamos, dormimos, pedimos bebidas, nos reímos de un hombre adulto sentado adelante nuestro que intentaba socializar con su tímida y joven compañera de asiento, vimos en su notebook fotos de él con Sepultura en cualquier parte del mundo que se les pueda ocurrir y hasta tuvimos tiempo de jugar al chin-chon, ya que yo tenía un juego de naipes y él, ganas de aprender, así que le enseñé a jugar y, naturalmente, gané.

Supongo que por cortesía, hacia el final del vuelo, me dijo que si Sepultura tocaba en cualquier parte en la que estuviera yo (ya que también hablamos sobre mis planes de viaje) por supuesto que estaba invitada.



Al bajar del avión escuché muchos murmullos con acento brasilero que incluían la palabra "sepultura".



Los músicos estaban allí y la gente los miraba. Una situación típica de aeropuerto supongo.



Y mientras retiraba mi equipaje pensé en cómo iba a ver a Sepultura sí nunca le pregunté a Rogerio como podía hacer para contactarlo…