El verano del año 2008, o sea el verano anterior, descubrí algo especial en Pedro. Solos en casa, sin demasiado que hacer, pasamos bastante tiempo juntos. Así que el verano de 2008 podría fácilmente ser catalogado como "el verano que pasé mucho tiempo con Pedro y descubrí que le gustaba el folk".Algunos meses antes había finalizado la relación con un novio cuya característica principal era ser fanático absoluto de Bob Dylan. Y yo realmente no entendía a que venía tanta obsesión, realmente no lo podía entender, hasta aquel verano.Había escuchado Highway 61 Revisited un par de años antes, y realmente Bob Dylan no me había parecido la gran cosa. Que equivocada que estaba.
Hasta que una tarde de calor, aburrida, agarré un disco que había bajado y quemado (porque el verano de 2008 también aprendí a quemar discos) pero que no había escuchado. Me dije: hoy voy a experimentar algo nuevo. Y vaya novedad.
La cosa empieza así, diciendo, como quien no quiere la cosa, "todos deberían colocarse (get stoned)". Así, de la nada, la primera canción. Es "Rainy day women # 12 & 35". Y me imaginé a una de esas familias típicamente estadounidenses tan wonder years, tan kevin arnold, escuchando esa canción en el stereo del auto, en la radio, mientras se van de vacaciones a atlantic city. Y las caras. Los padres probablemente no entenderían muy bien de que va la cosa, o simplemente interpretarían el "get stoned" como una variable del verbo apedrear. Y la hija hippie agarraría el chiste y sonreiría, y luego, en la soledad sin padres de algún momento del hotel, quizás le contara a sus hermanos menores de que iba la cosa con esa canción y si la escuchasen de nuevo, en el auto, en la radio, los tres, desde el asiento de atrás, se mirarían cómplices y pícaros mientras los padres adelante, siguieran mirando al frente ignorando algo que ellos sí sabían.
La ventana de mi habitación, da al patio interno del edificio. En ese patio, Pedro pasa bastantes horas, ya sea durmiendo, comiendo, o corriendo. Cuando hace mucho calor, me gusta sentarme en la ventana que da al patio, porque justo por esa ventana, pasa una corriente de aire que en los días calurosos no es nada despreciable. A veces me siento a leer, y a veces a nada. Simplemente me siento.
Ese día, puse la música con el volumen considerablemente alto. No alto como cuando uno pone the velvet underground a toda pastilla para tapar los ruidos llamados luis miguel o thalia, alto como para escuchar bien y aprovechar que no hay nadie en casa.
Y era la primera canción, y Pedro vino, y se sentó en el ángulo de noventa grados que forman las paredes del patio, en la esquinita. Vino y se sentó.
Y yo seguí el consejo de Bob, porque no todos los días Bob Dylan aconseja cosas así. I got stoned. Y me gusta pensar que por una cuestión de fumador pasivo, Pedro también got stoned.
Y entonces, la segunda canción y ya no había vuelta atrás. A partir de ese día, Blonde on Blonde, se convirtió en mi disco favorito del mundo entero. Y de Pedro también, porque no importa que banda ponga, si pongo ese disco, Pedro viene y se sienta en la esquina esa y yo lo miro, y puedo jurar que él está escuchando. Se sienta y escucha y le gusta.
Y yo siento que lo quiero cada día más, y que ese es nuestro secreto, nuestro disco favorito. Y cuando Pedro tiene miedo porque hay truenos, lo traigo conmigo y pongo ese disco. Y estamos juntos, en silencio, escuchando.
Porque eso es lo que hay que hacer con Blonde on Blonde: sentarse y escuchar. Hacer solamente eso. Nada de tener la tele en mute, charlar con alguien, mirar fotologs o lo que sea que se hace mientras tanto. Con Bob (y con Pedro) es sentarse, escuchar, y disfrutar, pero disfrutar de verdad.