jueves, 10 de septiembre de 2009

25 de junio 2009 /// frankfurt

Llegué a Frankfurt hacia las dos de la tarde. Me sellaron el pasaporte, busqué la mochila y de repente ya estaba en donde había planeado estar desde hacía mucho tiempo.

Al momento de partir aún no sabía si Steffen me iría a buscar al aeropuerto, así que lo primero y lo más importante era encontrar la forma de chequear el mail, ya que ahí se definiría el próximo paso a seguir.

En el meeting point del aeropuerto de Frankfurt había mucha gente cuando llegué, pero a medida que se fueron encontrando, el gentío fue disipándose lentamente.

Conocí a Steffen por medio de una página de Internet, así que a pesar de haber visto fotos, no tenía idea de cómo luciría en 3-D.

Me acerqué a un chico que pensé, podría ser Steffen y le pregunté por algún lugar con Internet. Me señaló una especie de cabina telefónica mezclado con pc: era una estación de Internet. Según recuerdo, salía algo así como 1 euro cada dos o tres minutos, así que en un puesto de cambio de dinero, me aseguré de pedir suficientes monedas.

Y el chico no era Steffen, era alguien esperando a su novia.

Así que me dirigí a la computadora express esa, metí un euro en la ranura y nada, salió por la ranura inferior del cambio.

Luego de mucho probar, y preguntar a alguien por ahí, llegué a la conclusión de que la máquina no funcionaba, así que con todo el equipaje a cuestas me fui al siguiente hall a buscar otra computadora.
Al llegar, tuve que esperar un rato ya que había cola para usarla.

Finalmente chequée el mail, y así me enteré de que Steffen no podía venir a buscarme, aunque me dejaba su teléfono para que nos encontremos después de que él salga del trabajo. Cuando busqué una lapicera para anotar el número, me di cuenta de que la presión o lo que sea del avión había hecho que el bolígrafo que tenía, explotara de tinta casi literalmente.

Así que después de lavarme las manos, busqué la forma de salir del aeropuerto y llegar al centro de la ciudad.

Ya fuera del aeropuerto, le pregunté a una señora y ésta me indicó que había un tren (el Ubahn, que es el subte alemán) que me llevaba al centro. Así que busqué la estación en las inmediaciones del lugar, pedí ayuda para comprar el boleto y me subí al tren con mis casi veinte kilos de equipaje.

Tras algunas estaciones, bajé en la estación central de trenes de Frankfurt, que es algo así como Retiro.

Salí de la misma y me encontré con la primera imagen de Europa en mi mente.

Un paisaje citadino limpio y soleado, una ciudad pequeña pero ordenada y pulcra.

Eso era Frankfurt.

Encontré un Internet Café en una esquina y me metí para llamar a Steffen y contarle que ya llegué. Él estaba en el trabajo pero quedamos en encontrarnos a las siete y media para ir a cenar.

La cita era en la estación de trenes Heddernheim.

Así que una vez hube cortado, volví a la estación de trenes, dejé mi equipaje en un locker y me fui a pasear por el centro de aquella ciudad llena de bicicletas y árboles y edificios de arquitectura clásica combinados con modernísimos rascacielos.

Me sorprendí de la escasa contaminación visual en las calles y estuve en una especie de plaza principal donde se alzaba un teatro muy hermoso, una fuente, y muchos puestos con comida típicamente alemana y de otros lugares del mundo.

Era un día soleado y hermoso. Era el principio de todo.



Frankfurt es la capital económica de la Unión Europea. Allí operan los grandes bancos y la ciudad, no es famosa precisamente por su oferta cultural.

Frankfurt es una ciudad modernamente rara.

Caminé y caminé: fui al supermercado a comprar agua y una vez allí, estuve un rato mirando las etiquetas de las botellas sin saber muy bien que llevar, así que opté por un agua chiquita en vez de una grande. Ir al supermercado en un país donde no se habla el idioma, es como estar en un sueño. Uno sabe que es agua, pero no sabe muy bien de que tipo.

Y para mi sorpresa, en Alemania, lo que se considera agua clásica en las etiquetas, es agua con gas. Y yo compré agua clásica, pensando que era Agua Clásica.

Paseé mucho rato por ahí y, hacía las seis, emprendí el camino hacia la cita con Steffen.

Él me reconoció por la mochila. Nos saludamos y decidimos ir a comer algo por ahí, ya que las siete de la tarde es la hora de la cena en Alemania.

Steffen era de estatura mediana, de pelo castaño oscuro y pecoso. Su cara daba la impresión de que nunca dejaba de sonreir y una de sus paletas estaba un poco más oscura que el resto de sus dientes. Eso le daba un aire aniñado y gentil. Usaba anteojos y lucía muy calmado, muy relajado. Su expresión franca me recordó a la que viera muchos años antes en el hermano menor de mi primer novio. No sé porque, no pude evitar pensar en eso. Tenía un aire familiar, y eso me hizo sentir bien.

Así que nos tomamos un tren hacia el restaurant.

Mi primera sorpresa en Alemania: Al subir al vagón, Steffen dejó mi mochila en la puerta del mismo y, tranquilamente me hizo un ademán para que lo siguiera un par de metros más allá, para sentarnos, le pregunté si era seguro dejar la mochila allí y él simplemente se rió. Asumí entonces que dejar la mochila en la puerta del tren no representaba ningún peligro.

Al cabo de un par de estaciones, Steffen se dio cuenta de que habíamos tomado el tren incorrecto y tuvimos que volver.

Era el atardecer cuando llegamos al restaurant.

Por fuera lucía cómo una típica casa alemana hecha de madera, pero por dentro, era cómo en las películas: la decoración total y absolutamente germánica. El comedor, espacioso y cálido. En ese lugar era fácil imaginarse un montón de gente borracha y rubia chocando porrones de cerveza al compás de risas ruidosas.

Pero en ese momento, me pareció que el lugar estaba algo bastante vacío.

Y yo seguí a Steffen, quién caminó directamente hacia el fondo, como sí conociera aquel restaruant desde hace años.

Y la sorpresa fue total: al fondo, al aire libre, se alzaba un hermoso y rústico jardín, lleno de mesas y lleno de felices ocupantes tomando bebidas y comiendo el equivalente a la picada de acá, en la cálida luz del atardecer de verano.

Pedí mi primera agua sin gas en Europa y un plato típico: una milanesa rara de cerdo con una salsa a base de hierbas con papas fritas y ensalada. Fue genial.

Hablamos muchísimo.

Y en el medio de la conversación, comenté el incidente del agua con gas. A Steffen le causó gracia.

Y luego me contó que él y sus amigos estaban planeando una fiesta para el día siguiente. Me puse feliz de que ya en mi segundo día en Europa haya una fiesta a la cuál asistir.

Al terminar de comer, fuimos a la casa de Steffen. Allí conocí a sus “flatmates” Florian y Alex. Y les regalé los barbijos que nadie usó en Ezeiza.

Steffen estudió algo relacionado con química o medicina, y me dijo que el tema del barbijo era algo estúpido, porque los gérmenes son tan pequeños que un barbijo jamás podría detenerlos. Y Florian, que también estudiaba algo por el estilo, le dio la razón.

A diferencia de Steffen, Florian era alto, rubio, de rasgos afilados y con un aspecto total y absolutamente alemán. Aunque si de apariencia germánica se trataba, poco tenía que envidiarle Alex, quien también lucía alemanísimo, rubio, regordete y cachetón.

En la casa se respiraban los preparativos para la fiesta del día siguiente. Florian y Alex habían comprado una buena cantidad de alcohol y planeaban tomárselo casi todo al día siguiente.

En la cocina, había un poster de Ron Jeremy pegado a la alacena. Cuando lo mencioné, los muchachos se mostraron muy sorprendidos de que sepa quien es Ron Jeremy.

Tomamos unos tragos antes de ir a dormir, y durante la charla, les conté sobre mis planes de ver bandas, y en lo posible, a Michael Jackson, quien comenzaba su serie de conciertos en diez días en Londres.

Me acomodé en el sillón, les dí una copia de Fecha de Vencimiento a los tres, seguimos charlando, y un rato más tarde, nos preparamos para ir a dormir.

Cuando estábamos a punto de darnos las buenas noches, Florian, quien se había retirado momentos antes, volvió a entrar al living, pero con una expresión algo rara en el rostro.

Chequeando las noticias, que esto, que lo otro, lo supo.

Y vino a decírnoslo:

Michael Jackson estaba muerto.

4 comentarios:

Nauta Cousteau dijo...

Que buena história, me hizo viajar un poco el relato callejero.
Contá que onda la fiesta, yo llegué a este blog justo que veo que está abandonado hace tiempo.
Un gusto, saludos.

querés melón? dijo...

great story. sobre todo el final. pero ese es otro tema.

La Morsa dijo...

Increíble como describis cada situación, cada lugar...
me armaste la imagen mental perfecta.

Quiero saber qué pasó en Barcelona !!
jaja

beso

johana marshall dijo...

queridos:

nautacousteau:
gracias por los halagos. vuelva pronto!

querésmelón:
y sí.

lamorsa:
para saber
que pasó en barcelona
hay que seguir leyendo
jua jua

mua.-
j.